Cuando algo empalaga, se dice que es empalagoso. Esta idea procede del verbo empalagar, que suele usarse respecto a lo que hace un alimento cuando es excesivamente dulce o a lo que produce alguien o algo que provoca hartazgo.
Por ejemplo: “La torta de coco me gustó, aunque me resultó un poco empalagosa”, “Si no quieres que el plato sea empalagoso, te sugiero reducir la cantidad de azúcar”, “Mi ex novio era empalagoso: me llamaba unas diez veces al día para recordarme cuánto me quería…”.
El adjetivo empalagoso, por lo tanto, está vinculado a la dulzura. Un sabor dulce es aquel que no resulta salado, ácido ni amargo. Por lo general se lo relaciona con una sensación agradable al paladar, como aquella que genera el azúcar. Sin embargo, cuando ese dulzor es demasiado intenso o marcado, el alimento en cuestión se vuelve empalagoso.
Una taza de chocolate caliente endulzada con una cucharada de azúcar es una bebida que posiblemente le agrade a la mayoría de las personas. En cambio, si al chocolate se le añaden cinco cucharadas de azúcar, se convertirá en algo empalagoso. En ese caso, beber el chocolate ya no resultará placentero, sino que causará un cierto malestar debido a una sensación desagradable.
Cocinar es un arte que requiere mucha práctica pero también una especial intuición para saber qué ingredientes combinar, cómo usarlos y con qué productos complementarlos para conseguir los mejores resultados en cuanto al sabor, la textura y la consistencia, entre otos factores. El exceso de azúcar puede arruinar un plato, así como ocurre con la sal y la pimienta, algo que resulta extremadamente frustrante, especialmente cuando la preparación se ha realizado con dedicación e ilusión.
En algunos casos es posible «salvar» un plato empalagoso, combinándolo con algún ingrediente de naturaleza agria, que sirva para reducir la dulzura; por ejemplo, si una crema nos queda demasiado dulce podemos acompañarla con ciertas frutas como ser la manzana o la fresa (también llamada frutilla). Sin embargo, esta medida no siempre nos da el resultado que esperamos, y entonces debemos tomar la decisión de soportar el sabor empalagoso, con la esperanza de mejorar la receta para la próxima vez.
El exceso de dulzura en el trato también puede considerarse empalagoso. Cuando alguien exagera en sus manifestaciones de cariño y docilidad, muchas veces termina fastidiando. Si un sujeto le regala constantemente a su pareja bombones, ramos de flores y osos de peluche, es posible señalarlo como empalagoso.
Este efecto desagradable puede surgir en un trato cercano o incluso en uno laboral, si la otra persona nos halaga en exceso, sin un límite razonable y ensuciando la comunicación. Por ejemplo, si un conductor de televisión recibe a un grupo de música y entre canción y canción no hace otra cosa que halagarlos, su actitud puede resultar empalagosa; más allá de la admiración que pueda sentir por los intérpretes, siempre es preferible un diálogo variado, que incluya preguntas acerca de su carrera y sus planes en lugar de centrarse en afirmaciones reiterativas que puedan incomodar al interlocutor.
El hecho de que asociemos el amor y las actitudes cariñosas con el sabor dulce es una de las curiosidades de nuestra y otras lenguas, aunque no de todas, ya que no deja de ser arbitrario. En principio, podríamos decir que el hecho de que tanta gente sienta fascinación por los platos dulces dio lugar a esta asociación con el bienestar que nos causan los sentimientos positivos de quienes nos rodean; sin embargo, no deberíamos olvidar que hay quienes no disfrutan de los postres dulces, con lo cual en una realidad paralela el idioma habría podido inclinarse por otro de los sabores para relacionarlo con estos sentimientos.