Es interesante que comencemos descubriendo el origen etimológico del término fármaco. Así, podemos exponer que se trata de una palabra que deriva del griego, concretamente de “pharmakon”, que puede traducirse como “medicamento”.
De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), fármaco es sinónimo de medicamento: una sustancia que se emplea en la prevención, el alivio o la curación de una enfermedad y en la reparación de sus secuelas.
Un fármaco es una materia sintética o natural que, por sus propiedades, puede provocar un efecto funcional o anatómico en un ser vivo. Al componente que dispone de las propiedades tóxicas o farmacológicas se lo denomina principio activo.
La composición química de los fármacos es conocida de manera exacta, de modo tal que pueden dosificarse con precisión para alcanzar los efectos deseados. Esto permite saber qué cambios fisiológicos o funcionales producirán en el organismo una vez concretada su ingesta.
Las autoridades sanitarias de una nación solo autorizan la comercialización y distribución de un fármaco cuando existen suficientes estudios y ensayos acerca de sus efectos en un número amplio de individuos. De esta forma, se minimiza la posibilidad de que el resultado sea adverso.
En la actualidad podemos establecer que existen dos tipos fundamentales de fármacos si tenemos en cuenta lo que su compra. Así, por un lado, están los que únicamente se pueden comprar en las farmacias con una prescripción médica, es decir, el médico tiene que haber recetado el mismo mediante el pertinente documento para que su paciente pueda adquirirlo. Se trata de medicamentos que van a ser utilizados en un tratamiento que tendrá su correspondiente control médico.
Por otro lado, están los que se venden de forma libre, es decir, sin necesidad de tener una receta médica. Y es que se considera que son medicamentos seguros y que pueden ser utilizados para dolencias puntuales y habituales entre la población como un simple dolor de cabeza, por ejemplo.
Si tenemos en cuenta, en cambio, lo que es su uso nos encontramos con una gran variedad de tipos de fármacos. Entre ellos están los siguientes:
-Antialérgicos, que lo que se encargan es de acabar con los efectos negativos que ha tenido una reacción alérgica.
-Analgésicos, que tienen como función aliviar el dolor físico.
-Antiinflamatorios, que persiguen reducir una inflamación, como su propio nombre indica.
-Laxantes, que son recetados con el claro objetivo de poner fin a una situación de estreñimiento.
-Antipiréticos, que lo que hacen es bajar la fiebre.
Más allá de lo indicado por la RAE en su diccionario, en el ámbito de la farmacia se suele emplear la noción de medicamento para aludir a un producto en el cual uno o más fármacos (con principios activos) se combinan con sustancias que no resultan activas a nivel farmacológico (los excipientes). Los excipientes ayudan a producir, almacenar, transportar y dispensar los medicamentos, aunque los efectos son producidos exclusivamente por los principios activos de los fármacos.
El paracetamol es un ejemplo de fármaco. En este caso, el fármaco sirve para aliviar el dolor (es analgésico) y para combatir la fiebre (tiene propiedades antipiréticas).