El término inglés freelance es de uso frecuente en nuestra lengua, aunque la Real Academia Española (RAE) lo reconoce como free lance. La traducción literal alude a una «lanza libre» y, por extensión, a un «mercenario».
Se llama freelance al trabajador que desarrolla su actividad de manera autónoma: es decir, sin una relación fija y de dependencia con un empleador. El trabajador freelance, de este modo, vende su trabajo a distintas empresas, cobrando por el fruto de su labor a cada una de ellas.
Muchos periodistas y diseñadores son freelance. Lo que hacen es recibir encargos específicos de trabajos: artículos, entrevistas, diseño de un folleto, etc. Una vez que cumplen con el encargo y lo entregan, obtienen un monto de dinero específicamente por lo hecho, el cual debe pactarse de mutuo acuerdo antes de la realizacion del trabajo (aunque hay casos excepcionales en los cuales este se determina al final).
Los freelance (o freelancer), por lo tanto, cobran por trabajo realizado. No cuentan con un sueldo fijo ni gozan de beneficios como vacaciones pagas, aguinaldo o licencia. Ellos mismos deben pagar los impuestos correspondientes a su trabajo y también las cargas sociales (obra social, jubilación). Como puntos a favor, gozan de la posibilidad de administrar sus horarios, pueden trabajar desde la casa (ahorrando incluso en viáticos) y no tienen un jefe directo.
Un periodista que desea ejercer su oficio de forma freelance, por ejemplo, puede armar un sitio web con su currículum y publicar algunas notas de su autoría a modo de muestra. Luego puede ponerse en contacto con revistas y portales digitales que puedan estar interesados en su trabajo. Así, con el tiempo, el periodista empieza a vender sus artículos a diferentes medios de comunicación. Al final de cada mes, la suma de los valores de las notas que haya vendido en el periodo constituye sus ingresos.
Ser un trabajador freelance puede parecer la solución perfecta a muchos de los problemas más comunes de la relación de dependencia, pero también tiene sus desventajas. Por lo general, las personas deciden seguir este camino para el desarrollo de sus actividades profesionales por razones como las siguientes:
* su profesión no es muy redituable, es decir que no tiene una gran salida laboral en los mercados tradicionales, y por eso puede resultar más beneficioso aventurarse a conseguir nuevas formas de ejercerla;
* no cuenta con el grado de experiencia suficiente como para buscar empleo en una empresa y prefiere dedicar un par de años a crecer por su cuenta para luego acceder a un buen puesto haciendo uso de sus nuevos conocimientos y herramientas;
* tiene la movilidad reducida, ya sea de forma permanente o hasta que se recupere de un accidente o una intervención quirúrgica, por ejemplo.
El problema en algunos de estos casos es que ser freelance es mucho mas que desprenderse del sistema laboral de dependencia: es un estilo de vida, que no todo el mundo puede mantener. Quizás el aspecto mas difícil de resolver sea la organización del propio tiempo: cuando uno tiene la posibilidad de decidir a qué hora comenzar a trabajar, sin que nadie se oponga o se queje, puede ocurrir que dejar las obligaciones para último momento.
El mayor beneficio de ser freelance no reside en la libertad en sí misma, sino en aprender a hacer buen uso de ella. Resulta muy satisfactorio tener el control de los propios horarios, saber exactamente cuánto tiempo dedicaremos al trabajo, sin sorpresas como las horas extras (muchas veces, impagas).
El secreto para disfrutar de la vida como freelance es tener bien claras sus desventajas (como la ya mencionada ausencia de pagas extras o vacaciones cubiertas por el empleador) y prepararse para hacer frente a ellas con un poco de esfuerzo cada mes.