Un fungicida es un producto con la capacidad de eliminar hongos. El término, de hecho, procede del vocablo latino fungus, que se traduce justamente como «hongo».
Para comprender qué es un fungicida, por lo tanto, primero debemos saber que un hongo es un ser vivo. Se trata de un organismo heterótrofo, que no puede generar materia orgánica partiendo de sustancias inorgánicas. Por eso, como los animales, necesita alimentarse de otros seres vivos. En el caso los hongos, son parásitos cuya reproducción se realiza mediante esporas.
Muchos hongos resultan perjudiciales para los seres humanos, los animales y/o las plantas. Para combatirlos, existen los fungicidas. Esas sustancias, que tienen un cierto grado de toxicidad, pueden aplicarse a través de impregnación, pulverizado, rociado u otras técnicas.
Los fungicidas se utilizan con frecuencia en el ámbito de la agricultura para proteger los cultivos. Cuando se aplican fungicidas sobre las hojas, las flores, los frutos o las semillas, por ejemplo, se puede prevenir o eliminar el tizón, la roya o los mohos, entre muchos otros hongos. Un fungicida de uso habitual es el caldo bordolés, que combina cal hidratada y sulfato de cobre.
Si el fungicida se aplica antes de la llegada de las esporas, con el objetivo de impedir la germinación de las mismas, se habla de fungicida protector. En cambio, cuando el producto apunta a matar los hongos que ya hayan enfermado a la planta, se trata de un fungicida sistémico o erradicador.
Más allá de los beneficios de los fungicidas, no se puede dejar de mencionar que su uso excesivo es perjudicial para el organismo afectado por los hongos, ya que puede sufrir una intoxicación.
Los fungicidas son de uso frecuente en plantaciones y jardines, y de hecho muchas personas los consideran indispensables para el correcto desarrollo de sus plantas. Ya desde el transporte y el almacenamiento de las semillas se usan estos productos para asegurarse de que ningún hongo las afecte negativamente. Sin embargo, los peligros a ellos asociados pueden llegar a ser muy graves.
Dado que existen muchos productos químicos diferentes dentro del grupo de los fungicidas, cada uno diseñado para combatir un tipo particular de enfermedad, los peligros de cada uno también varían. Es importante leer las señales de advertencia presentes en los paquetes, donde se indican los riesgos y las precauciones de uso.
En primer lugar debemos señalar la toxicidad del fungicida y sus consecuencias negativas en la piel, los ojos y los pulmones de los seres humanos. En su composición solemos encontrar productos químicos que pueden provocar dermatitis de contacto, alteraciones en la vita, enfermedad crónica de la piel y edema pulmonar, entre otros efectos adversos, algunos de ellos mortales.
Por otro lado se encuentran los efectos adversos que el fungicida puede causar en la naturaleza misma. El clorotalonil, por ejemplo, es tóxico para los animales. Una lluvia que lo esparza más allá de su área de aplicación puede contaminar el agua subterránea y generar daños mayores. Tanto lo individuos que vivan en el agua contaminada como aquéllos que la beban pueden sufrir el daño. El fungicida también puede llegar más allá de los límites deseados por acción de un fuerte viento; en este sentido, una de las advertencias de los fabricantes es evitar su uso con vientos que superen los 160 km/h.
Otro peligros del fungicida es la resistencia que los hongos pueden desarrollar a su acción. No debemos olvidar que estos individuos evolucionan y son capaces de volverse inmunes a los productos creados para eliminarlos. Esta forma de defensa es más posible ante el uso de los fungicidas que atacan solamente una parte del hongo; y son precisamente estos los más comunes, ya que son los menos dañinos para el medio ambiente.