La raíz etimológica de hierofanía se encuentra en los vocablos griegos hierós (que alude a aquello de «origen divino») y pháneia (traducible como «manifestación»). Una hierofanía es una expresión de lo sagrado en un ambiente profano.
Lo trascendente en lo terrenal
El responsable de acuñar el término fue el filósofo rumano Mircea Eliade (1907–1986), quien se refería a la hierofanía como la manifestación de algo trascendente en un fenómeno cotidiano o terrenal. Hay, en este marco, una consciencia acerca de la presencia de lo sagrado en el plano de lo habitual.
La hierofanía es calificada como simple cuando la manifestación se produce mediante objetos. En cambio, la hierofanía compleja es el resultado de un proceso extenso.
Se entiende por hierofanía, en definitiva, a una revelación de lo sagrado. A través de la hierofanía, el ser humano toma conocimiento de lo sagrado ya que se muestra, presentándose como algo distinto de lo profano.
El individuo
Es importante mencionar que también se llama hierofanía al individuo en el cual se expresa lo sagrado. Un ejemplo de esta clase de hierofanía es el dalái lama, que se considera como una manifestación de Buda.
Aquel que ostenta el título de dalái lama es tomado como una reencarnación o emanación de Siddharta Gautama (Buda). En la actualidad, el dalái lama es Tenzin Gyatso: por lo tanto, se puede afirmar que Tenzin Gyatso es una hierofanía de Buda.
Para los cristianos, la hierofanía suprema es Jesucristo, que es la encarnación de Dios. O, dicho de otra manera, Dios hecho hombre (la persona divina manifestada en un cuerpo divino).
Hierofanía uránica
Se conoce como hierofanía uránica a la manifestación sagrada de una entidad suprema, divina, creadora, fecundadora del suelo y celeste a través de la lluvia. Por lo general, los seres que reúnen estos rasgos tienen ciertos elementos en común, como ser los siguientes: la representación del infinito; la ubicación elevada, como ser en el cielo; se encuentran en otro plano, en uno al que el ser humano no puede acceder; son omniscientes, es decir que lo saben todo acerca de nuestro plano, ven nuestro pasado, presente y futuro a la vez.
El dios griego Zeus, quien representa el cielo, la tormenta y también la fecundación del suelo haciendo uso de la lluvia para mejorar los procesos de sembrado, es uno de los mejores ejemplos de este tipo de hierofanía. Esto se puede apreciar en especial a través de los relatos de Europa (la princesa fenicia a la que Zeus secuestra) y Dánae (la princesa argiva que engendra con Zeus a Perseo), en los cuales se convierte en toro y en lluvia de oro, dos símbolos fundamentales de la hierofanía uránica.
Hierofanía solar
Los dioses que pertenecen a esta categoría de hierofanía son líderes de una autocracia, una forma de gobierno caracterizada por la supremacía de un solo gobernante, pero no son creadores. Suelen responder a otra divinidad, aunque también pueden suplantarla. Se asocia a cultos cerrados y casi exclusivos para individuos de élite, por lo general de la realeza. El dios solar Amón-Ra, del antiguo Egipto, es un claro ejemplo de este tipo de hierofanía; se creía que los faraones eran sus descendientes.
Hierofanía selénica
A diferencia del Sol, la Luna (a la que hace referencia la palabra selénica), cambia todo el tiempo desde nuestra perspectiva: cambia su tamaño aparente y se cubre parcialmente en diferentes grados. Esto la convirtió en un símbolo de los ciclos, algo que en nuestra vida podemos encontrar en cuestiones fundamentales como el nacimiento y la muerte. Los cultos a estas deidades eran menos cerrados que los solares; por ejemplo, las mujeres también podían seguirlos.