El concepto de intromisión tiene su origen etimológico en el vocablo latino intromissus, que puede traducirse como “introducido”. Así se denomina al acto y resultado de entremeterse o entremeter.
El verbo entremeter, también mencionado como entrometer, alude por su parte a ubicarse en el medio, colocar algo entre diversas cosas o inmiscuirse. Por lo general, una intromisión es vista como una acción desubicada, incómoda o molesta.
Por ejemplo: “El presidente norteamericano denunció la intromisión rusa en las últimas elecciones”, “La intromisión del Poder Ejecutivo en el Poder Judicial es inaceptable ya que atenta contra la vida democrática”, “Siempre me ha molestado la intromisión de tu madre en cuestiones de nuestra pareja, pero tú nunca le has dicho nada”.
Tomemos el caso de un seleccionado nacional de fútbol, a cargo de un joven entrenador. Otro director técnico de mayor experiencia, en una entrevista televisiva, se toma la atribución de darle consejos respecto a qué jugadores convocar y qué estrategias utilizar, e incluso le critica diversas medidas. En este marco, el DT del seleccionado se muestra molesto con la intromisión, ya que él es el responsable del equipo y quien debe tomar todas las decisiones.
Un hombre, en tanto, puede estar disgustado con su cuñado (el hermano de su esposa) porque, según su parecer, suele meterse en su relación de pareja. El marido le plantea a su mujer que este sujeto siempre les está diciendo cómo deben criar a sus hijos, en qué invertir el dinero y qué tienen que hacer en su tiempo libre: esas intromisiones, en definitiva, le resultan irritantes.
En definitiva, queda claro que la intromisión siempre genera una molestia en quien la recibe. El propio diccionario de la Real Academia Española define el verbo entremeterse (la forma pronominal de entremeter) como la acción que comete una persona cuando participa de una situación a la que no lo han invitado. Por lo tanto, debemos entender que la intromisión es negativa, que no se interpreta como ayuda ofrecida desinteresadamente, aunque ésta sea la intención del sujeto.
Y aquí entramos en un terreno subjetivo, porque la intención de quien realiza una acción puede ser opuesta a la interpretación que hace el receptor, y no podemos decir que sólo una de las partes tenga razón. Veamos una situación de ejemplo a continuación: dos personas que estaban en pareja han decidido separarse porque las discusiones se habían vuelto demasiado frecuentes, y ya habían comenzado a herir los sentimientos del otro sin control; un amigo, creyendo que los puede ayudar, los cita a ciegas para que se reencuentren y hablen, pero sólo consigue que empeorar las cosas. Si bien el amigo quería que se arreglaran, ellos probablemente lo consideraron una intromisión que los llevó a discutir aún más.
Esta ambigüedad se da con casi cualquier concepto abstracto, incluso con los más directos, como ser ayuda; la particularidad de intromisión es que «nace» desde la perspectiva de quien recibe la acción: no es común que alguien diga «voy a dificultar las cosas con mi intromisión». Por esta razón es tan importante ponerse en el lugar del otro no sólo para intentar entenderlo, sino también para anticipar su reacción antes de ofrecerle algo que no nos haya pedido expresamente.
Los seres humanos tenemos mucho que aprender antes de considerarnos expertos en comunicación. Creemos tener las lenguas más complejas del planeta, pero ¿cuántas personas pueden decir que dominen al menos una? Los malentendidos se dan en todos los estratos sociales, independientemente del grado de estudios académicos, y esto demuestra que no está en los conocimientos lingüísticos el secreto del éxito en la comunicación, sino en la empatía. Cuanto más observemos a los demás, menos probabilidades habrá de que incurramos en una intromisión.