Un monocito es un leucocito que tiene un único núcleo. Los leucocitos o glóbulos blancos, por su parte, son células de la linfa y de la sangre que desarrollan un rol defensivo, desplazándose por diferentes zonas del organismo.
Los monocitos son los leucocitos más grandes. Aproximadamente entre el dos y el diez por ciento de los glóbulos blancos que están en la sangre pertenecen a este grupo de células. En números más gráficos, podemos decir que por cada microlitro de sangre encontramos entre 200 y 600 monocitos.
El núcleo del monocito suele tener forma de lóbulo o riñón con una depresión. Este núcleo se encuentra rodeado por una gran cantidad de citoplasma de tonalidad azulada o grisácea con vacuolas de color blanco.
La médula ósea se encarga de producir los monocitos. Una vez liberados en la sangre, pueden llegar a múltiples órganos y tejidos, como huesos, los pulmones o el hígado. Los monocitos permanecen cerca de un día en el torrente sanguíneo y luego acceden al tejido conectivo al atravesar el endotelio de los capilares.
La tarea más importante que llevan a cabo los monocitos es fagocitar restos de células o microorganismos. Para esto los rodean con sus pseudópodos y, si advierten que se trata de un antígeno, los “comen”.
Debido a este funcionamiento, los monocitos son considerados fagocitos. Así se llama a las células que se apoderan de elementos inservibles o dañinos para el organismo incorporándolos a su citoplasma y finalmente digiriéndolos. Gracias a su accionar, los monocitos consiguen la estimulación de respuestas inmunitarias.
Es importante señalar que la vida de los monocitos ronda los tres días. Cuando completan su labor, fallecen de manera automática.
En resumen, podemos afirmar que los monocitos nos ayudan de una forma indispensable en la lucha contra ciertas infecciones y que colaboran con otros leucocitos en la eliminación de tejidos dañados o muertos, en la destrucción de células cancerosas y en la regulación de la inmunidad contra sustancias extrañas.
Cuando los monocitos salen de la sangre y pasan a los tejidos se transforman en macrófagos, las células más importantes en la tarea de limpieza del sistema inmune. Algunas anomalías de tipo genética impiden el correcto funcionamiento de los monocitos y de los macrófagos, a través de la acumulación de lípidos (desechos grasos) dentro de la estructura de las células. Como resultado surgen diversas enfermedades, entre las que se encuentran la de Niemann-Pick y Gaucher.
Una cantidad anómala de monocitos, tanto inferior como superior a la esperada, no suele provocar síntomas, aunque el paciente sí puede experimentarlos a causa de la enfermedad responsable de dicha alteración. Para diagnosticar una enfermedad o una infección de tipo autoinmunitario es común realizar un análisis de sangre. En ocasiones, el recuento bajo o alto de monocitos se advierte en este examen a pesar de que no fuera el objetivo inicial.
Se denomina monocitosis al trastorno que se caracteriza por un recuento de monocitos mayor del normal. Suele ocurrir a causa de ciertas infecciones crónicas, trastornos de la sangre, algunos tipos de cáncer o enfermedades autoinmunitarias. El incremento de la cantidad de macrófagos fuera de la sangre, como ser en la piel o los pulmones, suele deberse a una infección tal como la histiocitosis de células de Langerhans o la sarcoidosis.
Por otro lado se encuentra la monocitopenia, el número insuficiente de monocitos en la sangre. Puede tener lugar como consecuencia de diversos problemas que afecten el recuento de glóbulos blancos, como ser un tratamiento de quimioterapia, problemas en la médula ósea o una infección de la sangre.
El trastorno genético conocido como síndrome monoMAC afecta la médula ósea y causa un recuento de monocitos especialmente bajo, además de reducir la cantidad de algunos tipos de linfocitos.