La ortología es el área de la fonética dedicada al establecimiento de las reglas de pronunciación de un idioma. La noción procede del vocablo griego orthología.
Antes de avanzar, hay que mencionar que la idea de fonética se vincula a los sonidos del habla. Puede tratarse del conjunto de los sonidos de una lengua o de la relación biunívoca que se instituye entre esos sonidos y su representación escrita. También se llama fonética al sector de la gramática centrado en la generación, la expresión y la percepción de las señales sonoras constitutivas del habla.
Retomando el concepto de ortología, hace referencia a las normas que indican cómo deben pronunciarse los sonidos de cada lengua. Pronunciar, en tanto, consiste en la articulación y la emisión de los sonidos al momento de hablar.
La ortología, por lo tanto, presta atención a la lengua como herramienta para la comunicación. Además considera la actividad cognitiva del hablante y la cuestión estética que se desarrolla según el modo de hablar.
Mencionada como una didáctica de la pronunciación, la ortología va más allá de la producción sonora para enfocarse en cómo se expresan y se comprenden en su conjunto los sonidos. Es importante tener en cuenta que la forma material del habla (es decir, la pronunciación) puede contribuir al éxito comunicativo o convertirse en una barrera que atenta contra el entendimiento.
La ortología, en definitiva, es relevante tanto para optimizar el aprendizaje y el uso de la lengua materna como de una lengua extranjera. Quien pronuncia de manera adecuada logra transmitir mejor sus ideas.
Los estudiosos de la lengua comparan la ortología con la ortografía, en tanto la primera es al habla como la segunda, a la escritura. Se trata de dos sistemas de reglas que aprendemos de forma «natural» para nuestro primer idioma y de forma consciente para los demás. Sin ellas, no podríamos comunicarnos de manera eficaz o clara.
Si bien la ausencia total de los principios que establece la ortología no es posible en una persona que nace en una sociedad, la falta de atención a las reglas a altos niveles sí es muy común, sobre todo entre los adolescentes. Así como sucede con la ortografía, existe una suerte de rebeldía que lleva a muchos a incumplir las normas de corrección por miedo a parecer demasiado sumisos o poco modernos.
En el caso de la ortología, la deformación u omisión de ciertos fonemas puede dar lugar a una serie de malentendidos de variada gravedad, que ensucian las conversaciones y llevan al interlocutor a sentirse perdido u ofendido, entre otras posibilidades. Esto puede parecer trivial durante la edad escolar, pero a medida que aumentan las responsabilidades las consecuencias pueden ser suspender un examen o fracasar en una entrevista de trabajo.
A pesar de que la ortología nos brinde una guía para hablar bien, es cierto que existen las excepciones, esos casos especiales que destruyen las reglas frente a nuestros ojos y nos dejan desprotegidos a menos que las hayamos aprendido de memoria. Tal es el caso de de la pronunciación de la R luego de una N, que debe sonar fuerte, a pesar de ser simple y no estar al principio de la palabra.
Otro punto a tener en cuenta es la pronunciación de la B y la V: en el terreno de la escritura no podemos intercambiarlas, pero desde un punto de vista fonético sería un error pronunciarlas de forma diferente; sería un error ortológico. Algunas faltas ortológicas se aceptan en el habla cotidiana porque forman parte de la cultura regional; por ejemplo: omitir la D en palabras como cansado («cansao») o comido («comío»), las primeras letras en hasta («ta»), etcétera.