Provincia es una noción cuya etimología nos remite a un término de la lengua latina con la misma ortografía. Una provincia es una división administrativa de ciertos Estados, que forma parte de la estructura organizativa del territorio.
En un Estado, existen diferentes entidades que tiene una mayor o menor autonomía respecto al gobierno central. Varios pueblos y ciudades pueden formar un municipio que, a su vez, se sume a otros para conformar una provincia.
Una agrupación de provincias, por su parte, puede dar lugar a una región. La totalidad de las regiones forman el país, regido por un Estado. Esto quiere decir que los pueblos, las ciudades, las provincias y las regiones están “dentro” de un determinado país.
Países con y sin provincias
Cabe destacar que en algunos países no existen las provincias, aunque sí otras divisiones de idéntico rango o uno muy similar, pero que reciben un nombre diferente. En Uruguay, por ejemplo, no hay provincias: hay barrios y municipios que forman los distintos departamentos.
En Argentina, en cambio, el territorio nacional se divide en 23 provincias y en una ciudad autónoma que funciona como la capital federal (la Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
Entre las provincias argentinas, destacan Mendoza por contar con el cerro Aconcagua (la más alta cumbre de Occidente) y por las oportunidades de aventura que ofrece a los turistas; Córdoba por sus bellísimos paisajes y su importante desarrollo cultural; Salta por la fusión de arquitectura antigua y oportunidades contemporáneas de entretenimiento; Misiones por ser el hogar de las cataratas del Iguazú (una de las siete maravillas del mundo); y Río Negro por ofrecer la superficie esquiable más grande del continente sudamericano, junto con otras tantas opciones para los amantes de los deportes extremos y el contacto con la naturaleza.
El concepto en el Imperio Romano
La noción de provincia, de todas formas, ha cambiado a lo largo de la historia. Así como ahora el término permite referirse a entidades internas de un Estado, en la época del Imperio Romano se denominaba provincia a aquellas tierras que eran conquistadas por su ejército más allá de los límites de la península itálica. Las provincias romanas, de este modo, contaban con un gobernador propio y estaban sometidas a la ley general del Imperio.
El surgimiento de la provincia romana como herramienta administrativa del territorio tuvo lugar a raíz de la expansión hacia las islas mediterráneas que trajo la Primera Guerra Púnica, la cual se llevó a cabo entre los años 264 y 241 a. C. y fue la primera de tres batallas que enfrentaron a las potencias más importantes del Mediterráneo Occidental: la República cartaginesa y la República romana.
En un primer momento, los responsables de administrar las islas eran los dos cónsules, quienes recibían asistencia directa de los cuestores itálicos. En Sicilia y Cerdeña-Córcega, por ejemplo, la organización proveyó a los cónsules de cuestores particulares, aunque los resultados no fueron positivos y surgió la necesidad de administrar las provincias de otra manera.
Además del cónsul se encontraba también el procónsul, quien contaba con mucho poder en las magistraturas romanas, ya que su rango equivalía al del pretor aunque su ejercicio no excedía los límites de una provincia (el pretor, por su parte, tenía influencia sobre todo el territorio de la República).
En cada provincia, su procónsul hacía las veces de juez supremo, administrador y general, y tenía en su poder la totalidad de las funciones que tiempo atrás se repartían entre los Tribunos del Pueblo, el Pretor, los Ediles Curules, el Jefe de la Caballería, el Censor y los Viri Nocturni. El único punto que no podía atender directamente era el plano financiero, para lo cual existía el rol del Cuestor provincial (también llamado Procuestor), que se encontraba supeditado al Senado.