Acechar es un verbo que refiere a esperar o analizar con cautela algo o a alguien con un determinado fin. Quien acecha, persigue un objetivo.
Por ejemplo: «No voy a permitir que la policía venga a acechar a nuestros militantes», «El equipo cordobés se propone acechar al puntero hasta el final del torneo», «El problema de la inflación no deja de acechar al gobierno».
De acuerdo al contexto, la idea de acechar -que proviene del vocablo latino assectāri– puede tener connotación positiva o negativa. Si tomamos el caso de una competencia deportiva, la intención de acechar al líder de un torneo o de un ranking es saludable, ya que implica que los demás competidores seguirán esforzándose con el objetivo de alcanzar la cima. Un tenista que se sitúa en la segunda posición del ranking mundial puede plantearse como meta acechar al líder para desbancarlo en el momento en que sea posible.
En otros ámbitos o circunstancias, acechar es una acción condenable. Un delincuente sexual puede dedicarse a acechar a las mujeres jóvenes hasta que encuentra la oportunidad de realizar un ataque. Como se puede advertir, las autoridades, a través de la policía o de otras fuerzas de seguridad, deberían impedir que el sujeto pueda acechar a sus potenciales víctimas ya que esa es la única forma de impedir que cometa el delito.
Acechar, una conducta condenable
A pesar de lo que los medios de comunicación y el cine intenten hacernos creer hasta el hartazgo, es sabido que las mujeres no son las únicas víctimas del acoso sexual; por el contrario, cualquier persona puede sufrir este tipo de ataques, así como ocurre con la denominada violencia doméstica. Los niños de ambos sexos son acechados por los pederastas, así como muchos monaguillos caen en las garras de curas poco humanitarios, y muchos hombres adultos sufren el abuso sexual tanto en sus hogares como en las cárceles.
El acto de acechar a otra persona para aprovecharse psicológica o sexualmente de ella no es privativo del hombre, sino que responde a una retorcida necesidad que surge como resultado de una serie de experiencias durante la infancia. Como para cada individuo existen diferentes situaciones capaces de traumarlo y desviar su comportamiento en esta dirección tan lamentable, los perfiles de los violadores no son siempre iguales.
Acechar, en este marco, se asocia a una persecución, al acoso o al hostigamiento. Los periodistas, por citar un caso, tienen que contar con libertad para desarrollar su trabajo: el gobierno de turno, por lo tanto, no los puede acechar a través de espías o ejerciendo presiones de distinto tipo.
La acción de los depredadores
Los animales depredadores, por último, suelen acechar a sus presas mientras aguardan la oportunidad de concretar la caza. Entre el ser humano y el resto de los animales existen claras diferencias a la hora de acechar a una presa, que giran en torno a las características de sus sentidos y a sus habilidades físicas.
En primer lugar, el ser humano es la única especie que se autodenomina cazadora a pesar de no contar con armas naturales como ser garras y dientes filosos, ni con la velocidad o la fuerza física suficientes como para atrapar a sus presas. Como si esto fuera poco, nuestros sentidos no son adecuados para seguir el rastro de un animal en su entorno natural y no toleramos la carne cruda (al menos, no podríamos arrancarla de un cadáver y comerla directamente). En pocas palabras, no somos verdaderos cazadores.
El resto de las especies de animales, aquellas que realmente nacen con la dura obligación de cazar para mantener el equilibrio del planeta, tienen a su disposición sentidos muy agudos, garras y dientes poderosos y un sistema digestivo que les permite comer a sus presas sin necesidad de procesarla de ninguna manera.