El concepto de coagulación proviene del latín coagulatio. Se trata del acto y el resultado de coagular: lo que ocurre cuando un líquido, en especial la sangre, se espesa o se solidifica.
La coagulación, por lo tanto, supone la transformación de un fluido en una sustancia pastosa y densa. Este proceso, cuando involucra a la sangre, tiene importantes consecuencias para el organismo.
A medida que se produce la coagulación, la sangre va perdiendo su estado líquido hasta que se genera un coágulo. Esto permite, por ejemplo, que deje de fluir la sangre a través de un vaso que se ha roto.
En la coagulación intervienen las plaquetas, que son células ovales -carentes de núcleo- que se hallan en la sangre de los animales vertebrados. El proceso también se desarrolla gracias a las proteínas de la sangre denominadas fibrinas. Al dañarse un vaso sanguíneo, primero las plaquetas generan una especie de tapón para interrumpir la pérdida de sangre. Este proceso se conoce como hemostasis primaria. De manera paralela, diversas reacciones enzimáticas permiten la formación de la fibrina, que refuerza el tapón hecho por las plaquetas. A esta propiedad se la llama hemostasis secundaria.
Se conoce como factores de coagulación a las proteínas que se encuentran en la sangre y actúan directamente en la formación de los coágulos. Se trata de trece, cada uno con un número romano que lo identifica y lo ordena. Los factores de coagulación requieren de cofactores de activación, como los fosfolípidos y el calcio. Con respecto a su función, son fundamentales para generar la coagulación y, por lo tanto, si no están presentes el organismo puede sufrir graves problemas hemorrágicos.
Existen diversos desequilibrios que afectan a la coagulación y que pueden causar desde la aparición de hematomas hasta una hemorragia espontánea o una trombosis (un coágulo que bloquea un vaso sanguíneo). También hay enfermedades relacionadas a los problemas de coagulación.
Una de ellas es la hemofilia, un trastorno genético vinculado al cromosoma X que impide la correcta coagulación de la sangre. Un paciente hemofílico puede sufrir sangrados espontáneos que resultan prolongados y que pueden atrofiar sus articulaciones. Se pueden advertir tres tipos de hemofilia: la A, si el factor VIII de coagulación está en déficit; la B, si el déficit se presenta en el factor IX; la C, con un déficit en el factor XI.
La hemofilia A participa de la activación del proceso que transforma en trombina la protrombina, y se estima que se da en uno de cada cinco mil hombres. La incidencia de la hemofilia B es menor, de uno por cada cien mil hombres, y posee una variante llamada de Leyden, aún menos común y con una gravedad directamente proporcional a la edad del sujeto.
La trombosis, por otro lado, es un coágulo que se forma dentro de un vaso sanguíneo. Una de las causa más comunes es un infarto agudo de miocardio, lo que se denomina en el habla cotidiana como ataque al corazón o, simplemente, infarto. Tras sufrir una lesión en un vaso sanguíneo, el organismo usa plaquetas y fibrina para crear un coágulo que impide la pérdida excesiva de sangre.
Claro que la formación de coágulos también puede ocurrir sin necesidad de que hayan tenido lugar lesiones en los vasos. Cuando un coágulo se desprende y empieza a moverse por el cuerpo se habla de embolia. Además del infarto agudo de miocardio, otras de las causas de la trombosis son las siguientes:
* una alteración en los factores de la coagulación, como ser que disminuya la proteína S o la C;
* una alteración de los vasos sanguíneos, tal como una ruptura traumática o la arteriosclerosis.