Credibilidad es la cualidad de creíble (que puede o merece ser creído). El término procede del vocablo latino credibilis. Por ejemplo: «Ella perdió toda la credibilidad conmigo cuando me mintió acerca de su relación con Lautaro», «Es un hombre respetado y de mucha credibilidad», «La doctora Irene Sánchez construyó su credibilidad gracias a la honestidad de su trabajo cotidiano».
La credibilidad, por lo tanto, hace referencia a la capacidad de ser creído. No está vinculado a la veracidad del mensaje, sino a los componentes objetivos y subjetivos que hacen que otras personas crean (o no) en dichos contenidos. Para tener credibilidad, la persona o la información deben generar confianza en los demás.
Acerca de la credibilidad
Pueden darse los dos siguientes casos: que una persona diga la verdad y nadie le crea; que alguien mienta pero sus interlocutores confíen en sus palabras al pie de la letra. Esta diferencia está vinculada a la credibilidad de las personas y a su capacidad para convencer al prójimo.
Sin embargo, es importante recordar que la base de la credibilidad debería ser siempre la honestidad, dado que ninguna persona logra construir un círculo de amigos que dure toda la vida si intenta sustentarlo con mentiras y falsedad. No importa lo mucho que alguien haya conseguido influenciar a su entorno: si se descubre que no ha sido honesto, su estructura probablemente se desmoronará.
Su importancia en determinados ámbitos
En algunas profesiones y oficios, la credibilidad es un valor imprescindible. Los políticos y los periodistas deben resultar creíbles, de lo contrario sus trabajos pierden importancia.
El político que no tiene credibilidad no será votado en las elecciones, mientras que el periodista que se encuentra en la misma situación no tendrá buena recepción por parte del público. Muy curiosamente, esto no ocurre en el mundo del espectáculo ni en la industria del entretenimiento electrónico.
La credibilidad de las empresas
Las grandes empresas suelen jugar al límite de la honestidad, manipulando la verdad a su conveniencia para abrirse camino en los momentos difíciles, e intentando compensar a sus consumidores cada vez que atraviesan una buena temporada. Es sabido que vivimos en una era frenética, de cambios constantes y de grandes exigencias por parte del público hacia los diferentes mercados; el volumen de información del cual disponemos ha convertido al inocente comprador en un aspirante a experto, que quiere siempre más de lo que recibe.
Ante este fenómeno, los colosos de la industria se ven forzados a mentir más de una vez para ganar tiempo y preparar un producto que realmente satisfaga las necesidades de sus consumidores. Año tras año, se nos presenta el mejor televisor, el teléfono móvil más avanzado, el procesador más rápido; resulta sospechoso que todas las compañías dispongan del producto más sofisticado, siendo que coexisten decenas de alternativas.
La preparación de un producto para su lanzamiento al mercado, dependiendo del sector, suele tomar un mínimo de seis meses, pero en algunos casos puede durar varios años. Ni siquiera los expertos están exentos de dar pasos en falso, de dedicar una buena porción de su vida a un proyecto sin futuro; pero el dinero que se invierte en ciertas decisiones hace imposible echarse atrás, por lo cual a menudo las empresas se ven obligadas a presentar al mundo una creación en la cual no confían.
Es ese el momento en el cual atentan contra su propia credibilidad, mirando a su público a la cara y asegurándole que han dado con un producto del cual no podrán prescindir. Lo mismo ocurre con actores y cantantes, con directores y guionistas: no es común que los medios de comunicación reconozcan el fracaso de los grandes artistas; se intenta proteger una imagen artificial de perfección, y esto se logra a base de mentiras, las que la audiencia misma quiere oír.