Densidad, del latín densĭtas, es la característica propia de denso. Este adjetivo, a su vez, refiere a algo que dispone de una gran cantidad de masa en comparación a su volumen; que es tupido o macizo; que tiene un importante nivel de contenido o es muy profundo en una dimensión reducida; o que resulta indefinido y poco claro.
En el ámbito de la química y de la física, la densidad es la magnitud que refleja el vínculo que existe entre la masa de un cuerpo y su volumen. En el Sistema Internacional, la unidad de densidad es el kilogramo por metro cúbico (conocido por el símbolo kg/m3).
Un kilogramo de bronce, por ejemplo, ocupará un espacio mucho menor que un kilogramo de plumas. Esto se explica a partir de la densidad: el bronce es más denso (tiene más masa en menos volumen) que las plumas. Las diferencias de densidad permiten que existan objetos pesados pero pequeños y objetos livianos pero muy grandes.
Distintos tipos de densidad
La densidad óptica, por su parte, refiere al nivel de absorción de la luminosidad. En la fotografía, el concepto de densidad está vinculado al oscurecimiento de una imagen según la cantidad de luz a la que ha sido expuesta.
En la informática, la densidad indica el número de bites que pueden depositarse en un sistema de almacenamiento de memoria.
El concepto en la demografía
Así como la relación entre masa y volumen de un cuerpo permite obtener la densidad de un objeto, la demografía apela a una lógica similar para hablar de la densidad de población.
En este caso, la magnitud se calcula a partir de la cantidad de habitantes que viven en una misma unidad de superficie. Si una ciudad tiene 20.000 personas que se distribuyen en un territorio de 2 kilómetros cuadrados, su densidad de población será de 10.000 habitantes por km2.
La densidad de población y los desequilibrios ambientales
La densidad de población, pues, hace referencia a la demografía, es decir a la cantidad de individuos que habitan en un determinado territorio.
Para que toda especie ya sea vegetal o animal pueda desarrollarse en un determinado hábitat de la forma recomendable y equitativa con el medio ambiente, es necesario que exista una relación pareja entre recursos presentes en el espacio y utilización de los mismos; si el número de individuos supera a la cantidad de recursos a repartir entre todos, se habla de un desequilibrio ambiental, donde peligra la vida en todos sus aspectos.
Cuando dicha anomalía se presenta, suele suceder que naturalmente se lleven a cabo una serie de cambios en las poblaciones para evitar el aumento desmesurado de la comunidad y asegurar la supervivencia de la especie. Algunos de estas transformaciones son:
* Desarrollo lento (al escasear el espacio y los víveres los individuos comienzan a desarrollarse con lentitud y por ende, se retrasan los procesos reproductivos, trayendo el equilibrio a la comunidad);
* Baja en la fertilidad (debido al debilitamiento de las madres, a causa de la escasa alimentación, el número de crías disminuye y son más propensas a la mortandad);
* Disminución del tamaño de los individuos (la escasez provoca a su vez que los individuos crezcan y pesen menos);
* Emigración (si es posible, parte de la población se traslada a otras regiones en busca de una mejor calidad de vida);
* Desaparición de la población (cuando los daños causados en el medio natural son excesivos, puede generarse la extinción de la especie en dicho territorio. Puede darse de forma paulatina o bruscamente, cual si se tratara de una epidemia).
El control de la natalidad
Cabe mencionar que en el caso de los seres humanos, debido a que son muy escasas las medidas de control de natalidad que existen y a que, gracias a los avances científicos el índice de mortalidad tiene lugar a una edad más avanzada, hemos llegado a sobrepoblar el planeta.
Si no tuvieran lugar medidas exhaustivas para equiparar la distribución de los recursos y a la vez controlar el nivel de nacimientos, sería imposible no sólo acabar con el hambre del mundo, sino también asegurar una vida próspera para la especie en cualquier rincón del planeta.