Desazón es una palabra con numerosas acepciones, según se comprueba al consultar el diccionario de la Real Academia Española (RAE). Dada la amplia variedad de definiciones que se aceptan para este vocablo, el alcance de esta noción es amplio y diverso.
De acuerdo a la teoría, este término puede aprovecharse tanto para describir un malestar impreciso que se experimenta a nivel físico como también para aludir a un estado de desasosiego y molestia asociado a una picazón.
Es habitual, asimismo, que se acuda al concepto de desazón ante la existencia de una inquietud interna, un disgusto o un cuadro caracterizado por angustia, tristeza y pesar. Ya en contextos vinculados a los sentidos del gusto, indicar que hay desazón describe la insipidez, la carencia de sazón o la ausencia de sabor de un producto.
Características de la desazón
La desazón puede aparecer por múltiples circunstancias y en diferentes etapas de la vida. Suele generar incomodidad emocional en quien la experimenta y manifestarse en forma de insatisfacción, descontento y desánimo.
Son numerosos los factores que influyen en la salud mental conduciendo a un estado de pesadumbre. Y cabe remarcar que la desazón no es exclusiva de los adultos: millones de niños y adolescentes pueden sufrirla cuando algo o alguien les produce desencanto, desilusión o decepción.
Cuando la desazón es profunda y está conectada con patologías que requieren intervención profesional para su adecuado diagnóstico y tratamiento, los proyectos de vida por lo general se ven interrumpidos y hasta frustrados.
Sentirse en plenitud y disfrutar un bienestar tanto físico como mental se tornan misiones imposibles si la desazón aparece. En la vida cotidiana se va complicando, en ese marco, las actividades diarias, se dificultan las interacciones sociales y, por lo general, hay un descenso marcado en la productividad o el rendimiento escolar y/o laboral.
Estrategias de prevención y abordaje
Prevenir la desazón (o minimizar las chances de sentirla) es posible. Expertos en psicología sugieren acompañar y sostener el desarrollo individual de un ser humano con educación emocional desde edad temprana. Desde ese enfoque se logra ayudar a la persona a descubrir, reconocer, cultivar, comprender y gestionar sus propias emociones.
Propiciar los entornos positivos tanto en el hogar como en ámbitos como la escuela o el trabajo, tener hábitos saludables, realizar periódicamente ejercicio físico, no renunciar al ocio y destinar tiempo a disciplinas que promuevan la relajación favorecen el bienestar y ayudan a mantener un buen estado de ánimo.
Cuando, pese a todos los esfuerzos por estar bien, el panorama se complejiza y el sujeto no consigue dominar sus emociones o resulta afectado por una patología grave, es fundamental hacer una consulta con expertos en salud mental. Si es necesario, dependiendo de cada situación, se recetará medicación y/o se preescribirá alguna clase de terapia psicológica para abordar el cuadro y proporcionarle al afectado herramientas para que pueda tener la mejor calidad de vida posible.
La desazón y diversas afecciones
Hay un vínculo estrecho entre la desazón y diversas afecciones, problemas o enfermedades que puede llegar a padecer una persona.
El abatimiento, la desmotivación, la apatía y el desgano son algunos de los signos asociados a un cuadro de insatisfacción permanente.
El estrés, el sufrimiento psíquico, una sobrecarga emocional y la fatiga mental figuran, asimismo, entre los disparadores de desazón y hastío.
Por supuesto que cada caso es único: ni siquiera ante una misma circunstancia los seres humanos reaccionamos igual. Claro que es comprensible e inevitable que, al recibir una noticia negativa y alarmante, se manifieste preocupación y haya temor. Sin embargo, mientras ese episodio en unos puede generar malestar, desvelo, pesimismo, aislamiento y miedo, en otros puede desencadenar el impulso de esforzarse y desplegar fuerzas e ideas para, desde la esperanza, el optimismo, la confianza y la fe, intentar revertir o evitar que el suceso en cuestión empeore. Tampoco es extraño el vaivén de emociones y sensaciones que se percibe y se registra a medida que va pasando el tiempo tras un hecho sumamente relevante como puede ser desde la pérdida de un ser querido (escenario que, habitualmente, está marcado por el dolor y el desgano inicial y la necesidad de darse espacio para, de a poco, atravesar y cerrar el proceso de duelo) hasta la traumática experiencia de ser víctima de un delito grave que deja secuelas físicas y mentales, llevando a la persona a estados que van desde la impotencia, la desesperación, la congoja y el pánico hasta la vergüenza, el sentimiento de culpa, el estrés postraumático y múltiples desequilibrios que exigen tratamiento, contención y seguimiento para intentar evitar que la víctima atente contra sí misma o contra otros.
Tampoco hay que perder de vista que la desazón que se extiende en el tiempo y se acompaña por otros síntomas puede deberse, por ejemplo, a un trastorno de ansiedad generalizada o a una depresión. Se advierte desazón, de igual modo, en quienes sufren ataques de pánico y en aquellos que están inmersos en una crisis existencial.