Educación sexual es el nombre del área o la disciplina tanto de enseñanza como de aprendizaje sobre salud reproductiva y sexualidad.
Al menos en territorio argentino, se concibe como un derecho de educadores, estudiantes y de la comunidad en general el acceso al llamado Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), una iniciativa respaldada por una ley que garantiza que alumnos de cada uno de los niveles educativos, ya sea de instituciones públicas o privadas, sean instruidos en educación sexual desde una perspectiva global, es decir, teniendo en cuenta cuestiones afectivas, psicológicas, éticas, sociales y biológicas.
Impartida con responsabilidad, respeto y sensibilidad, la educación sexual se convierte en una herramienta indispensable para que, desde muy temprana edad, las personas aprendan a conocer y cuidar su cuerpo; a reconocer sensaciones, emociones y necesidades propias; a explorar el goce íntimo y a vivir con seguridad y libertad su intimidad. Con información clara, contención y recursos de asesoramiento, cuidado y salud a disposición, los seres humanos consiguen tener conciencia y compromiso al iniciar su actividad sexual, eligiendo cómo, cuándo, dónde y con quién mantener relaciones sexuales de modo seguro y minimizando el riesgo de, por ejemplo, un embarazo no deseado.
Educación sexual en la escuela y en el hogar
La educación sexual tiene que estar presente tanto en la escuela como en el hogar. Los docentes y personal académico de confianza para los estudiantes tienen que dar pautas de cuidado tanto individual como hacia el cuerpo ajeno e ir sumándole complejidad a los datos proporcionados en función de la madurez y la etapa que se encuentre transitando el sujeto que recibe la información. Es necesario y constructivo que se eduque desde la objetividad, respaldándose en la ciencia y siendo prudentes con los contenidos.
De manera simultánea, la familia debe ir transmitiendo saberes e inculcando valores positivos a fin de acompañar el crecimiento de cada individuo. La educación afectiva y sexual es imprescindible para el desarrollo personal de habilidades sociales y para naturalizar temáticas vinculadas a la sexualidad.
En todo seno familiar hay que construir un ambiente de confianza y libertad en el cual no haya censura ni miedo al momento de preguntar, plantear dudas, confesar alguna vivencia o narrar una realidad perteneciente a la privacidad.
Es conveniente, siempre con lenguaje adecuado y sin excederse en los mensajes a transmitir, desterrar mitos o creencias equivocadas en torno a la sexualidad humana, a la salud sexual y reproductiva, etc. La educación de los hijos en relación a estos asuntos debe asentarse en la empatía, la tolerancia, el amor, el respeto, la salud y el cuidado. Tiene que haber, paralelamente, límites que indiquen cuál es el camino adecuado para avanzar por la vida sin dañar a nadie y sin vulnerar ningún derecho.
En los lugares pertinentes y las circunstancias adecuadas se tiene que hablar cada vez más sobre identidad de género, orientación sexual y derechos reproductivos. En toda comunidad, además, hay que seguir trabajando en derribar estereotipos de género y condenar todo acto de violencia sexual. No alcanza con repartirle anticonceptivos a quienes atraviesan la adolescencia ni con organizar charlas de concientización destinadas a bajar los índices de enfermedades de transmisión sexual (ETS) o de abortos.
Es vital que el Estado, las fuerzas de seguridad y la Justicia actúen con celeridad y severidad ante denuncias de violencia y discriminación por orientación sexual, acoso cibernético, asalto sexual, cualquier acción que atente contra la integridad sexual, tenencia y/o distribución de pornografía infantil, etc.
Aspectos biológicos de la sexualidad
Más allá de instruir a la sociedad sobre qué hacer en pos de la prevención del embarazo y del contagio o transmisión del VIH/SIDA hay que poner el énfasis en la enseñanza de los aspectos biológicos de la sexualidad.
A lo largo de la vida se tiene que ir incorporando información sobre anatomía sexual, particularidades del aparato reproductor tanto femenino como masculino, todo lo que acontece durante la pubertad, las características del ciclo menstrual, qué y cómo es la andropausia y los rasgos distintivos de la menopausia.
Tampoco hay que dejar en segundo plano o pasar por alto temáticas que, ante ciertas miradas, creencias, personalidades o estilos de vida, pueden resultar incómodas. Así ocurre, generalmente, con tópicos vinculados a la autosatisfacción, la exploración sexual, la masturbación y las prácticas sexuales en la tercera edad.
Educación sexual inclusiva
La educación sexual, para que sea constructiva y útil, debe poseer un carácter respetuoso e inclusivo.
Decisiones individuales, limitaciones físicas o mentales ni elecciones privadas tienen que condicionar la labor de educadores y profesionales de la salud que se encarguen de instruir sobre sexualidad y despejar dudas al respecto.
Es válido y preciso asesorar sobre planificación familiar, sugerirle a parejas probar los beneficios de la terapia sexual para recuperar el goce en la intimidad e indicar los pros y los contras de métodos como el dispositivo intrauterino (DIU), la píldora anticonceptiva y el condón, pero bajo ningún concepto es aceptable que se restrinja información y/o atención en función de la clase social, la orientación sexual, la edad, etc. La educación inclusiva, cualquiera sea el contenido a transmitir, tiene que abarcar siempre a cada ciudadano: para ello hay que implementar estrategias, hacer inversiones y destinar recursos que posibiliten el acceso, la llegada, a todos los seres humanos.