El vocablo griego enképhalos derivó en el latín científico encephalos, que a su vez llegó a nuestro idioma como encéfalo. Así se denomina al grupo de órganos que se encuentran en el interior del cráneo y forman parte del sistema nervioso central de los animales vertebrados.
El cráneo es una estructura de huesos en cuya cavidad se halla el encéfalo. La protección que confiere este sector óseo es muy importante para la vida, ya que el encéfalo dirige la mayoría de las actividades y acciones esenciales para un ser humano.
La parte principal del encéfalo corresponde al cerebro, que se divide en lóbulos. Este órgano se encarga del control del sistema nervioso y se subdivide en prosencéfalo o cerebro anterior; mesencéfalo o cerebro medio; y rombencéfalo o cerebro posterior.
Estas tres vesículas comienzan a desarrollarse desde las cuatro semanas de vida del embrión, cuando se ha cerrado el tubo neural y se ha formado la cresta neural. Veamos a continuación una descripción detallada de cada una de ellas y sus respectivas partes. Comencemos por el prosencéfalo, en el cual encontramos el telencéfalo y el diencéfalo. Es la parte de mayores dimensiones del encéfalo, y al observarlo podemos notar el hemisferio derecho y el izquierdo.
El telencéfalo se subdivide en un cuerpo estriado, un rinencéfalo y una corteza cerebral, en la cual se hallan los siguientes lóbulos: el occipital, el parietal, el temporal y el frontal, los cuales cubren funciones tan fundamentales de nuestro organismo como ser el lenguaje, la visión, los órganos del movimiento, la audición, el olfato y la percepción, entre otras. En particular el frontal, el parietal y el temporal tienen a su cargo el aprendizaje, sin el cual no podríamos desarrollarnos y sobrevivir.
En el diencéfalo encontramos el epitálamo, dentro del cual está la glándula que produce la melatonina, una hormona de gran importancia. También están el tálamo, donde se controlan las sensaciones, el subtálamo, una estructura que se vincula con las funciones motoras, y el hipotálamo, el centro que regula las emociones y el control físico, además de segregar las hormonas oxitocina y vasopresina.
Con respecto al mesencéfalo, podemos decir que tiene cuatro tubérculos que se relacionan con la visión (los dos anteriores) y con la audición (los dos posteriores). Además, se encarga de filtrar los datos que pasan entre el rombencéfalo y el prosencéfalo.
Finalmente llega el rombencéfalo, una porción que se encuentra alrededor del cuarto ventrículo del cerebro y está formado por el mielencéfalo y el metencéfalo. Se ubica sobre la médula espinal y lo componen tres partes: el bulbo, el puente de Varolio y el cerebelo.
A su vez, en el metencéfalo tenemos el cerebelo, que permite la integración de las vías motoras y las vías sensitivas, se encarga del control del movimiento, la postura y la energía de los músculos. Volviendo al mielencéfalo, allí podemos advertir el bulbo raquídeo (también conocido con el nombre de médula oblonga), que controla algunas funciones esenciales, como ser la respiración y la circulación de la sangre por el corazón.
Dado que el bulbo raquídeo es una extensión de la médula espinal, es correcto afirmar que posibilita la comunicación entre ésta y el encéfalo.
Los problemas en el encéfalo pueden provocar todo tipo de trastornos e incluso la muerte. El control corporal, la memoria y la inteligencia dependen del encéfalo, con lo cual los daños en este conjunto de órganos tienen consecuencias graves.
La esquizofrenia, la enfermedad de Parkinson, la enfermedad de Alzheimer y la esclerosis lateral amiotrófica son algunas patologías que afectan al encéfalo. Además existen bacterias y virus que, al generar una infección, alteran su funcionamiento.