La identidad cultural es una agrupación de costumbres, hábitos, prácticas, credos y valores que sirven como factor de cohesión en una comunidad. A través de estos elementos que tiene en común con otros individuos, una persona desarrolla un sentido de pertenencia al conjunto.
Quienes comparten una cultura tienen creencias similares y se rigen por las mismas normas sociales. La identidad cultural, de este modo, hace que distintos sujetos se sientan parte de un colectivo y, a su vez, perciban que son diferentes a los integrantes de otros grupos.
Sin embargo, hay que indicar que un ser humano puede identificarse con algunos rasgos de una identidad cultural y no con otros. Más allá de las apariencias, no suele existir la uniformidad en una cultura, sino que conviven múltiples identidades parecidas aunque no iguales.
El desarrollo de la identidad cultural
El desarrollo de la identidad cultural se produce a partir de la interacción entre la persona y su entorno. Mediante este vínculo, el individuo comienza a internalizar componentes simbólicos que influyen en su conducta.
Al adquirir una cultura, se lleva a cabo un proceso de enculturación. Este es el procedimiento que se da de un modo «natural» a medida que alguien crece en su lugar de nacimiento. Luego pueden surgir otros procesos, como la aculturación (elementos de una cultura diferente reemplazan los constituyentes de la propia) y la inculturación (el sujeto concreta su integración a una cultura distinta, aceptando sus ceremonias, celebraciones, etc.).
Si bien hay una memoria colectiva que se transmite en una familia o clase social de generación en generación, la herencia cultural no es rígida ni inmutable. El avance de la historia hace que esa transmisión cultural incluya cambios en los contenidos, los cuales van renovando la identidad cultural del grupo.
Los subgrupos
Decíamos que la identidad cultural de un pueblo no es uniforme. Suele distinguirse entre la cultura dominante (la mayoritaria) y los subgrupos culturales que forman minorías adentro de la comunidad.
La formación de una subcultura puede relacionarse con el género, la etnia o la edad de sus integrantes. Por lo general, la agrupación surge por características estéticas, filosóficas o de otra clase que inciden en el desarrollo de un determinado estilo de vida con cualidades disímiles respecto a la cultura principal.
Los miembros de una subcultura pueden compartir un tipo de vestimenta, escuchar la misma música y profesar una religión en particular, por ejemplo. Cuando sus valores son opuestos o contrarios a los de la cultura dominante, se habla de contracultura.
Identidad cultural de una nación
La identidad cultural de una nación se forja a partir de una lengua, una religión, ciertos mitos y leyendas, manifestaciones artísticas (teatro, cine, danza) y una gastronomía, entre muchas otras variables. Suele vincularse a un territorio concreto y a los habitantes de la región en cuestión.
Para conocer la identidad cultural nacional es posible recorrer sus museos y bibliotecas, observar sus festividades o simplemente apreciar la vida cotidiana de sus ciudadanos. Por supuesto, delimitar la identidad cultural implica una generalización porque, como venimos sosteniendo, no hay uniformidad en una colectividad.
Si tomamos el caso de Argentina, en la identidad cultural de este país sudamericano aparecen elementos como el tango, el mate, el fútbol y el asado. Sin embargo, hay argentinos que no toman mate o que son vegetarianos. A la vez, el fútbol también forma parte de la identidad cultural de Brasil y el mate, de la identidad cultural de los uruguayos.
Lo importante es tener en cuenta que la realidad es diversa y compleja. Tener una nacionalidad no implica necesariamente adherir a cada una de las características de la identidad cultural que se le atribuye a la nación.
Los rasgos individuales
Más allá de la identidad cultural a nivel colectivo, puede considerarse la identidad cultural del individuo. Cada persona tiene rasgos y cualidades que lo pueden acercar a un grupo o a otro, o incluso a más de un conjunto.
Una persona, en este marco, tiene una genealogía y puede ir construyendo su identidad cultural partiendo de ese linaje. No obstante, la movilidad social –ya sea ascendente o descendente– puede introducir cambios en su identidad cultural con el tiempo.
También es posible que cimente una identidad de género que no coincida con los roles de género que la sociedad asigna convencionalmente. La orientación sexual, a su vez, tiene correlato en la identidad cultural del sujeto.
La identidad cultural y la globalización
La globalización tiene efectos en la construcción de la identidad cultural. Por un lado, contribuye al pluralismo ya que, al favorecer la migración, en una ciudad o un barrio pueden convivir múltiples culturas.
Sin embargo, la globalización por otro lado promueve una homogeneización cultural. Los países más poderosos terminan imponiendo sus valores, costumbres y creencias a través de su cine, su música y otras manifestaciones que tienen una enorme llegada.
La diversidad cultural suele considerarse como positiva: la variedad de visiones y pensamientos enriquece a una sociedad. No obstante, muchas veces no existe la tolerancia ni hay respeto hacia las tradiciones culturales diferentes.
Los prejuicios, los estereotipos, el racismo y la xenofobia, lamentablemente, son comunes. La discriminación a quien tiene una identidad cultural distinta incluso puede derivar en agresiones y episodios de violencia. El Estado, como garante de la paz social, debe trabajar para evitar la persecución y mantener la armonía.
Los seres humanos deben comprender que no hay única filosofía de vida y que no existen identidades culturales mejores que otras o con mayor validez. Aceptando el multiculturalismo, se puede conseguir una convivencia pacífica.