El término halógeno se emplea para hacer referencia a cada uno de los seis elementos químicos que forman parte del grupo 17 de la tabla periódica, y son los siguientes: el bromo, el cloro, el yodo, el flúor, el téneso y el astato. Estos elementos tienen en común ciertos comportamientos químicos, como ser que forman sales de sodio que se parecen mucho entre ellas; por esta razón, la etimología de su nombre se puede traducir como «productores de sales».
El ser humano lleva aprovechando las propiedades de los halógenos desde la antigüedad, mucho antes de tener los conocimientos técnicos necesarios para poder distinguirlos o realizar estudios profundos sobre ellos. Su principal aplicación se daba en forma de sales, que los griegos y los fenicios usaban para preservar los alimentos (lo que hoy en día se conoce con el nombre de salmuera).
Características de los halógenos
Los halógenos muestran una tendencia a formar un ion haluro: un compuesto que tiene un átomo halógeno y un grupo funcional, catión o elemento con menor electronegatividad. A los compuestos que presentan halógenos se los conoce como compuestos halogenados.
Con siete electrones de valencia en su capa externa, los halógenos deben reaccionar con otro elemento para cumplir con la regla del octeto. La elevada electronegatividad de sus átomos les otorga una alta reactividad, una característica que hace que puedan resultar dañinos para los seres vivos en ciertas cantidades.
Reactividad y valencia
El hecho de que los halógenos sean tan reactivos influye en que no podamos hallarlos en su forma monoatómica; en cambio, siempre forman parte de otros compuestos. En algunos casos, se encuentran en una formación molecular biatómica de un solo elemento.
Otra de sus características es que son monovalentes, o sea que estos elementos requieren la presencia de un electrón para alcanzar su último nivel de energía. Por esta razón, todos son oxidantes. Del mismo modo, tienen un valor de electronegatividad igual o menor a 2,5 en la escala de Pauling (el más alto es el flúor). El téneso y el ástato se clasifican como elementos radiactivos con una vida media poco extensa. El primero también es sintético, y es el segundo elemento más pesado de los que han sido creados hasta el momento. El cloro y el flúor, por otro lado, son los que más abundan en la naturaleza.
Es importante señalar que el grupo al que pertenecen los halógenos es muy diverso, ya que es posible hallarlo a presión y temperatura normales en los tres estados: el flúor y el cloro, en estado gaseoso; el bromo, en estado líquido; el ástato y el yodo, en estado sólido. Con respecto a su color, los halógenos abarcan un rango también muy amplio: el yodo puede ser negro o violeta; el bromo es rojo amarronado; el cloro presenta un verde amarillento; el flúor es amarillo pálido. El ástato, por su parte, no vive lo suficiente para ser advertido por la vista.
Usos de los halógenos
Los halógenos tienen múltiples usos. Suelen utilizarse para fabricar lámparas halógenas, que se caracterizan por su luz brillante y blanquecina.
Las lámparas halógenas, por lo tanto, presentan algún elemento halógeno. Por lo general incluyen bromo o yodo con un gas inerte y un filamento de tungsteno. Gracias al equilibrio térmico del gas y el filamento, estas lámparas tienen una vida útil extensa, que les permite resistir el calor y ofrecer un mejor rendimiento en comparación con las lámparas incandescentes.
Con halógenos también se produce el teflón, un polímero que se destaca por su resistencia a la corrosión y al calor. Este material es parecido al polietileno, aunque los átomos de hidrógeno se reemplazan con átomos de flúor. El teflón se emplea en utensilios de cocina y en la medicina, por ejemplo.