El desánimo es una sensación que experimenta alguien cada vez que una circunstancia específica o la realidad en general le quita el ánimo y lo sumerge en un estado de desaliento, desesperanza y frustración.
Lamentablemente, a cualquier edad y por distintos motivos se puede atravesar un momento de desánimo y llegar a sentir o a creer que nada tiene sentido y que no existe solución alguna capaz de revertir el panorama. Al desanimarse uno pierde las ganas, queda inmerso en un estado de apatía, se llena de pensamientos negativos y, por lo general, carece de una claridad mental y una fortaleza (espiritual, física o moral) suficientes para superar ese trance sin ayuda.
Es normal tener un rato, unas horas o, incluso, un par de días de baja energía en donde prevalezcan el pesimismo, la angustia y el abatimiento, pero si el cuadro se agudiza, pone en peligro la vida de un sujeto, se extiende más allá de un plazo entendido como lógico o desencadena consecuencias alarmantes entonces hay que actuar: ya sea uno mismo solicitando auxilio a tiempo para salir adelante o algún familiar, amigo o allegado al tanto del desgano, el desconsuelo, el vacío interno y la falta de motivación que está consumiendo por dentro a un ser querido.
Desencadenantes del desánimo
No existe un único desencadenante del desánimo. Dicha sensación puede aparecer como reacción tras recibir una mala noticia, por efecto de un desequilibrio químico en el cerebro o un cambio registrado en materia laboral, dentro de un grupo de amigos o en el núcleo familiar, por ejemplo.
Para alcanzar una óptima calidad de vida y buenas perspectivas de futuro es esencial evitar y combatir el desánimo crónico. ¿De qué modo trabajar íntimamente a fin de reducir las chances de sufrir ese estado que, indefectiblemente, conduce al agotamiento, al desequilibrio y a la enfermedad? Intentando que la autoexigencia y el grado de responsabilidad o compromiso que se asume no sean excesivos, siendo razonables al trazarse metas o al establecer expectativas, realizando un chequeo médico anual, fijando objetivos a corto, mediano y largo plazo a fin de no perder motivación y cuidando tanto la mente como el cuerpo con pensamientos positivos, ejercicio físico y una correcta nutrición. Conviene siempre construir lazos afectivos fuertes, rodearse de buenas personas, alimentarse de manera saludable y equilibrada, disfrutar planes al aire libre, darle batalla al estrés y a las preocupaciones, descansar lo suficiente y reservar tiempo para el ocio y el bienestar.
Jamás hay que minimizar la influencia y las derivaciones de la falta de ánimo. Tampoco hay que pasar por alto ni ser indiferentes frente a una crisis de angustia, un cuadro de ansiedad o a uno o más síntomas enmarcados en la depresión: la consulta con un profesional especializado en salud mental es necesaria para poder recibir un diagnóstico preciso y saber cómo hacerle frente al problema en vistas a una evolución favorable.
Alcanza con analizar casos de gente cercana o, incluso, descifrar las sensaciones y emociones de uno mismo para saber que una ruptura amorosa, las dificultades que surgen a lo largo de la etapa estudiantil, la muerte o los padecimientos de alguien amado, la falta de empleo o quedarse sin una fuente estable de ingresos son disparadores de desánimo. A veces, alguno de estos u otros factores provocan un colapso y exigen un reordenamiento interno con sesiones de terapia, cambios de hábitos y poder de resiliencia para recobrar la calma y abrazar la plenitud que se creía perdida.
Consecuencias de estar desanimados
Las consecuencias de estar desanimados tienen impacto en distintos órganos del cuerpo y la mente, además de desequilibrar vínculos, afectar las actividades cotidianas y poner en jaque hasta la economía familiar.
El individuo desanimado tal vez no llega a tomar dimensión de su pena pero sufre en carne propia las complicaciones de su falta de ánimo o escasa energía: le resulta arduo hacer a un lado su dolor, las fuerzas para levantarse y encarar su rutina no lo acompañan y queda entonces en una condición de extrema vulnerabilidad. Su sistema inmune se debilita y la impaciencia, el nerviosismo, el agotamiento, el cansancio, la fatiga y el insomnio, entre otros signos de malestar y desequilibrio, no hacen más que evidenciar la necesidad de reconocer que se tiene un problema y que no hay más alternativa que enfrentarlo.
Como el desánimo suele ir de la mano con la tendencia al aislamiento es fundamental que el entorno sepa advertir e interpretar señales de alarma (llanto incontrolable, melancolía profunda, una apariencia física descuidada, comentarios apáticos, etc) para brindar contención y, oportunamente, demostrarle a la persona afectada por el decaimiento y el desgano que no está sola y siempre habrá a su disposición alguien que la escuchará, la acompañará y la asistirá en todo aquello que ella requiera para recuperar su bienestar y tener una vida digna, agradable y feliz.