La lepra es una enfermedad infecciosa crónica causada por el bacilo de Hansen, cuyo nombre científico es Mycobacterium leprae. Se caracteriza por los síntomas nerviosos y cutáneos, con la aparición de manchas, tubérculos y úlceras.
Pueden distinguirse dos tipos de lepra: la lepra tuberculoide produce manchas que se vuelven anestésicas, mientras que la lepra lepromatosa se caracteriza por los grandes nódulos conocidos como lepromas.
Características de la lepra
La lepra puede generar la destrucción de tejidos, la deformación y la mutilación del enfermo. Existen fármacos y corticosteroides para el tratamiento de la enfermedad, mientras que la intervención quirúrgica puede ser una opción para evitar las deformidades.
La única forma de prevenirse de la lepra es evitando el contacto físico cercano con los enfermos que no están en tratamiento. También se recomienda el lavado frecuente de las manos. Cabe destacar que los sujetos afectados que están recibiendo medicación no transmiten la enfermedad en el largo plazo.
Los primeros síntomas de lepra suelen aparecer entre 4 y 8 años después de la exposición a la bacteria e incluyen el entumecimiento de las extremidades, el surgimiento de nódulos, el dolor en la piel y la congestión nasal. La lepra puede ser diagnosticada a partir de una biopsia.
Un estigma
A lo largo de la historia, la lepra ha sido un estigma para aquellos que la han padecido. En la antigüedad, los leprosos eran excluidos de la sociedad y encerrados en leprosarios; independientemente de las cuestiones morales que implica tal apresamiento, hoy en día se sabe que se trataba de una medida extrema e innecesaria ya que la lepra es una enfermedad de muy baja transmisibilidad al ser tratada de manera correcta.
Por encima del carácter abusivo de los antiguos tratamientos, la lepra avergonzaba a sus portadores con sus terribles mutilaciones, y los condenaba a una muerte segura. La evidencia más antigua de esta enfermedad data de al menos cuatro milenios atrás, según el hallazgo de restos de un hombre joven que parece haber fallecido sin haber recibido ninguna clase de curación. Anteriormente, se había encontrado en Egipto el esqueleto de una víctima que la lepra se había cobrado doscientos años a.C..
La condena de quienes padecían la lepra
Los leprosarios eran fosas sumamente profundas y amplias, conectadas con cuevas naturales en las que los enfermos debían pasar las 24 hs del día. En esas cuevas se armaban sus pequeños refugios. Cuando una persona contraía lepra, era llevada a este sitio de aislamiento, despidiéndose para siempre de sus seres queridos, quienes se encargaban de la provisión de víveres.
Esto se hacía utilizando un sistema de engranajes (similar a un ascensor pero mucho más rústico) sobre el cual se subían y bajaban las provisiones, sin tener que entrar en contacto directo con los infectados. Es importante destacar que el ingreso a estos centros estaba prohibido: eran tumbas en vida, donde no se ofrecía ningún tipo de tratamiento, lo cual propiciaba que la plaga se propagase con mayor rapidez y anulaba toda posibilidad de recuperación.
Tratamientos a lo largo de la historia
Con respecto a su tratamiento, a lo largo de la historia se han probado diferentes métodos, que van desde prácticas de tipo religioso hasta la aplicación de aceite de ginocandia, que comenzó a utilizarse a comienzos del 1900, a través de inyecciones, y que gozó de una gran aceptación durante algún tiempo. A finales de la década de los 30, la medicina empezó a experimentar con el uso de dapsona (un antibiótico que se consume por vía oral y que también sirve para combatir la dermatitis); su éxito fue moderado, dada la aparición de cepas de la lepra que le oponían resistencia.
Fue recién a partir de 1980 que la ciencia dio grandes pasos en la batalla contra la lepra, al comenzar a tratarla mediante la utilización de diversos medicamentos a la vez. En la actualidad, se aplica dapsona y rifampicina de forma simultánea, en dosis diarias, con variantes que incluyen la interrupción de la dapsona ante la aparición de fiebre, en cuyo caso se reemplaza por clofazimina. Cabe mencionar que se recomienda mantener dicho tratamiento durante un mínimo de seis meses y un máximo estimativo de dos años, dependiendo del caso.