Lluvia es un concepto que proviene del vocablo latino pluvia. Así se denomina al agua que se precipita desde las nubes hacia la superficie.
El adjetivo ácido, en tanto, refiere a lo agrio. En el terreno de la química, específicamente califica a lo que presenta un pH que es inferior a 7 o a la sustancia que, al estar en una disolución, incrementa la concentración existente de iones hidrógeno y puede combinarse con una base para desarrollar una sal.
A partir de estas ideas, podemos avanzar con la definición de lluvia ácida. Así se denomina a lo que sucede cuando contaminantes ácidos procedentes de la actividad industrial y de la combustión de los vehículos caen desde la atmósfera.
Origen de la lluvia ácida
La formación de la lluvia ácida se produce cuando la humedad que se encuentra en el aire entra en contacto con dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y otras sustancias que emiten las fábricas de diferentes sectores y los medios de transporte que recurren a combustibles fósiles. La combinación entre el agua y estos contaminantes produce ácido sulfúrico, ácido sulfuroso y ácido nítrico, que terminan cayendo al suelo.
Es importante considerar que la lluvia ácida no siempre aparece en el mismo lugar que constituye el foco de contaminación. El viento puede trasladar los contaminantes a grandes distancias antes de que se concrete la precipitación en cuestión, ya sea en forma de lluvia, nieve, granizo, etc.
Cabe resaltar que la lluvia suele tener un pH aproximado de 5,65. Cuando el pH baja de 5,1, se la menciona como lluvia ácida.
Sus efectos
La lluvia ácida genera múltiples problemas ambientales. Al caer sobre las plantas, puede destruir jardines, cosechas y bosques, por ejemplo. Entre otras consecuencias, dificulta que los árboles puedan absorber el agua y destruye nutrientes que están en el suelo.
Este tipo de precipitación también provoca una acidificación del agua de los mares, los ríos, las lagunas y los lagos, atentando contra la supervivencia de los organismos que viven en el medio acuático.
No se puede obviar que la lluvia ácida incluso daña los edificios. Debido a su elevado índice corrosivo, está en condiciones de disolver materiales que se usan en construcciones y monumentos.
Cómo evitar la lluvia ácida
Frente a estas consecuencias negativas, resulta imprescindible tomar medidas para que la lluvia ácida no se produzca. Por supuesto, la clave está en reducir las emisiones contaminantes.
En concreto, los especialistas recomiendan sobre todo disminuir las emisiones de nitrógeno y óxido de azufre. Para esto se debe fomentar el transporte eléctrico, controlar las condiciones asociadas a la combustión en diferentes máquinas y añadir compuestos alcalinos en ríos y lagos, entre otras acciones.
Más allá de lo antrópico
Si bien la causa más importante de la lluvia ácida es la actividad del ser humano, el fenómeno también puede deberse a causas naturales. Es decir, puede producirse sin que intervengan las personas.
Cuando un volcán entra en erupción, por mencionar un caso, llegan a la atmósfera ciertos compuestos químicos que impulsan la acidificación. Algo similar ocurre con la descomposición de los vegetales.